El ser humano peca de ser un animal antropocéntrico, es decir, se cree con derecho a erigirse ante todo ser viviente que no sea de su condición. En nombre de la inteligencia y el raciocinio utiliza a los denominados por él mismo seres inferiores, y, como un pseudodios los manipula a su antojo, para que, como esclavos, cumplan las tareas que se les han encomendado. La población humana aumenta en número considerablemente con los años. Cómo alimentar a tantos millones de personas, cómo repartir la producción. La ganadería intensiva y los transgénicos parecen ser las únicas soluciones. Millones de esclavos mudos que trabajan para nosotros y por los que poca gente parece interesarse. Los intereses de la Humanidad están por encima de todo lo demás. Hemos llegado a un punto en el que los límites no están claros. La ciencia ficción es el presente. La ingeniería genética sigue experimentando y continúa haciendo lo que no está escrito. Un juego no tan de niños que no sabemos hacia dónde nos puede llevar. ¿Es ético crear una especie nueva artificialmente para que nos aporte todo cuanto necesitamos? Está claro que aún no sabemos qué puede ocurrir en un futuro, qué consecuencias habrán. Por ahora, hay que tener en cuenta este problema y obligar a las empresas que etiqueten los alimentos según sean transgénicos o no. Lo que hay que tener claro es que no estamos solos en este planeta. Que hay millones de seres que viven entre nosotros y no para nosotros. Que también tienen derechos e integridad. Que crean conexiones entre sí importantísimas, tanto para nosotros como para el planeta. No están ahí para servirnos a nosotros. Tan solo son la expresión de una de las cosas más maravillosas del universo, única –según nos consta actualmente- en este planeta: la vida.