Pero la noche estaba desierta.
Mientras las ratas rebuscaban entre la basura, los humanos se escondían en sus hogares resguardados del frío del exterior. En el viento, sólo se percibían las notas de un piano, que seguramente provenían de alguna casa de los alrededores. Las nubes amenazaban tormenta. Incluso ya se podían escuchar algunos truenos a lo lejos.
No sabía dónde me encontraba. Aquellos callejones me eran totalmente desconocidos.
Un gato negro se agazapaba en un rincón con un ratón muerto entre las fauces.
Seguí caminando con un trote rápido, sumida en mis pensamientos. No sabía adónde me dirigía, pero tampoco me importaba demasiado. Quería estar sola. Sólo deseaba estar lejos de mi hogar. Lejos de la rutina que apoderaba mi cuerpo y mi alma día y noche.
Un ciego pedía limosna en una esquina. Su voz desprendía un lamento quejumbroso.
Al pasar al lado suyo, sentí un escalofrío. Seguí caminando por las empedradas calles de esta ciudad tenebrosa. No quería volver la vista atrás. No quería mirar el camino por dónde había venido. No quería pensar que atrás pudiese estar mi marido observándome con desprecio. Un fuerte miedo inundó mi ser. Yo le quería, sabía que le quería. De lo único que no estaba segura era de que si él me quisiese a mí.
El viento retumbó en los tejados de las casas y maniobró por los callejones estremeciendo hasta la última piedra existente.
De pronto, sentí como el frío recorría cada milímetro de mi cuerpo. Me estremecí y me dejé caer en el suelo sucio y mugroso, cubierta por el desparpajo de la tristeza.
Sumida en sus divagaciones, la mujer no se dio cuenta de que un gato negro se iba acercando más y más a ella. Sus pupilas dilatadas la miraron fijamente como intentando encontrar una respuesta en su mirada. Entonces, se aproximó con cautela. La mujer, sorprendida, le dejó acercarse y sentarse en su regazo.
En aquel momento, sentí como aquel gato negro me proporcionaba el calor que mi cuerpo necesitaba. Pude notar como el frío desaparecía por momentos. Entonces deseé no apartarme de ese bienestar nunca por temor a que el frío y la tristeza volviesen a apoderarse de mi cuerpo.
El gato ronroneó y el murmullo chocó en los tímpanos de unos ratones que se encontraban cercanos. Segundos después, unas siluetas pequeñitas comenzaron a correr."
Ana Mateos
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