La felicidad huyó de nuestro hogar. No le parecía cómodo ni elegante. No le gustaba el olor ni tampoco el sonido de nuestros gemidos al hacer el amor. Un día cualquiera decidió abrir la puerta e irse por donde había venido. En su lugar, vino la tristeza. Buscó un escondite desde el cual nos vigiló cada día. A cada momento, allí estaba la tristeza acechando. Con tono sarcástico se reía de nosotros. Hacía malabares con nuestros sentimientos, cambiándolos de rumbo, tirándolos al suelo. Intentamos huir de su embrujo, de su astuta mirada, pero no fuimos capaces. Dondequiera que estuviésemos, ella nos observaba y dirigía nuestros pasos cuales marionetas. La tristeza, en poco tiempo, logró confeccionar su propia estancia entre nosotros. Llegabas a casa después de trabajar, y te la encontrabas preparando la comida o escribiendo en el ordenador. ¿Por qué no la echaste a tiempo, antes de que se apoderara de nuestros corazones? Supongo que estabas demasiado cansado o simplemente, no te incordiaba lo suficiente.
Segunda Carta
El cadáver en descomposición de una cucaracha aplastada en el suelo, se pudre con el paso de las horas. Todo pasa demasiado despacio. La niebla me impide ver tu rostro. Quisiera gritarte y decirte que todos aquellos días de alegría realmente no existieron, que todo fue un error del destino. Que no me duele que me hayas abandonado. Pero no me atrevo. Soy demasiado débil como para mentirme a mí misma. Tú nunca me comprenderás. Y aún así, no dejo de pensar en ti.
Tercera Carta
Un día me desperté y vi el color de la mañana. Vi como el Sol se levantaba de nuevo, una vez más. Pero entonces pensé y comprendí que el Sol realmente nunca cayó sobre el lecho, sólo dejó que la Luna ocupara su lugar para que él pudiese seguir haciendo su tarea por otros rincones del mundo. Él nunca tenía que volver a levantarse, simplemente, siempre estaba ahí. Entonces, deseé ser como él. Ansié no tener que volver a levantarme nunca más, y dejar que mi alma volase por otros lugares alumbrando los corazones de la gente, para que nunca sufriesen la tristeza que yo sufrí. Para que nunca perdieran la esperanza como lo hice yo.
Cuarta Carta
Ayer leí que en nuestro planeta hay cerca de seis mil millones ochocientas mil personas. Todas con sus ideas, sus pensamientos, sus problemas. Muchas al borde de la muerte, esperando a que las parcas corten el hilo de su vida. Otras sólo bebés. He decidido descubrir a las personas que me rodean. Comprender el significado de sus sentimientos y emociones. Quizás conociéndolas, consiga conocerme algún día a mí misma. Mientras tanto, te deseo un buen camino compañero. Con tu tinta roja, has escrito uno de los capítulos más amargos de mi historia."
Ana Mateos
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