miércoles, 2 de septiembre de 2009

La Historia de dos Idiotas contada por uno de ellos.

Destinatario: Curial Buñuel Moliné, C/Mayor, nº51, 3ºC, Barcelona, España


“No sé si alguna vez le habré comentado mi pasión por los quesos. Me gustan de todos los tamaños, de todos los sabores, de todos los colores… ¿De sándwich? Me parece bien. ¿Tierno? Mejor todavía. Todos los días me zampo pa’ la comida, un buen queso tiernito, con su buen punto de sal. En la hora de la merienda, el queso es fundamental. Suelo poner platos mixtos, los cuales contienen quesos de todas las variedades. Cuando tengo la oportunidad de ir a un restaurante, procuro siempre que tenga como entrantes; quesos. Y aún no me conoce cuando veo un queso en mal estado… Sinceramente, mi gusto culinario en cuanto a los quesos es muy refinado. Y es por esto, que hago locuras por estos manjares.

He de decirle, que tengo la enorme gratitud de conocer a una persona -de nombre Gorka-; la cual no tiene los mismos principios que yo, ni es parecida a mí en cuanto al físico. Tampoco tenemos admiración por el mismo tipo de mujeres, ni tenemos los mismos gustos. En cambio en uno sí; -¿adivina?- nuestro gusto por los quesos. Aunque posiblemente, yo sea un poco más maniático –permítame reconocer que lo digo en un tono sarcástico-.

Mi amigo Gorka es de la tierra lejana de Euskal Herria; en cambio ya sabrá usted, que yo, andaluz, de pura cepa, sí señor. Un lejano amigo mío me dijo que el queso de la montaña vasca; muy exquisito -aunque he de reconocer aquí presente que como el queso de cabra, ninguno-. En fin, me propuse hacer un viaje a Euskadi, por probar ese gusto. Ya sabrá usted, que no es lo mismo probarlo en la tierra de origen, -el cual está en su buen punto, sabroso- que comprarlo en la quesería más cercana por mucha confianza se tenga. Al llegar a esa tierra llena de verde, aire puro y mucha vaca, me hice propiedad de una buena guía de restaurantes y establecimientos similares. De inmediato, busqué en el índice -4 páginas, madre de Dios- algún establecimiento famoso en quesos. Los siete primeros; cinco estrellas. Los once siguientes; cuatro. No seguí mirando. Pero me parecía –perdóneme usted por la palabra contigua, palabra malsonante donde las haya- jodido, el encontrar un buen establecimiento, donde tenga la grata oportunidad de encontrarme con queso del bueno. La mejor calidad por favor. Así que cogí el coche, y en un acto desesperado me dirigí a Bilbao, la cual no está muy lejos del aeropuerto en el que me hallaba. Nada más llegar, fui sin rumbo por las calles, buscando algún sitio en el cual supiese –no con seguridad, pero quizás por el tipo de establecimiento- un buen lugar donde pudiese comprar quesos. Aparecí de repente en un ultramarino, ni me di cuenta cómo llegué o por dónde pasé. Entré –tenía este tipo de alarmas automáticas que avisan de un cliente-, pero vea usted, Sr. Curial, que ni yo pude oír el sonido de dicha alarma. Fíjese, tal era el estrépito. El ultramarino, imagine, era un pasillo el cual tenía a cada lado estantes, donde yacían objetos de todo tipo; alimentos, herramientas, etc. Una cola de señoras rechonchas y con faldas -¿mencioné en líneas anteriores el frío que hacía?- se peleaban entre ellas por su puesto en la cola. Al fin de dicho pasillo, un hombre corpulento con los brazos en jarras y un delantal, mostraba cara de cierta preocupación.

- ¡Gorka! ¡Gorka! ¡Que la Bernarda se me cuela Gorka! ¡Haga algo!
- ¡Ni caso Gorka! Usted sabe mi señor, que yo llevo comprándole aquí desde hace treinta años, y nunca, mire, nunca le he causado ningún problema.

Por estos gritos y más, era coherente suponer que el tal Gorka era el hombre antes mencionado, el cual no sabía yo, no tardaría en ser de mis mejores amigos. Me dirigí hacia el hombre, pasando por toda la fila de señoras, con un aire despreocupado, pero disimulando, no vaya a ser, se me echaran encima. Solo quería preguntar –usted compréndame-. No quería colarme, ni nada similar. Por fin, llegué hasta donde se encontraba, y con estas palabras le dije;

- Perdóneme usted, señor. Pero, ¿me podría decir algún establecimiento en el que se venda buen queso? Creo, ya me entenderá. Queso del bueno. El rico. El de la tierra.

Tan convencido le hablé que el tal Gorka, sin dudarlo un instante me dijo:

- ¿Usted es extranjero? Es muy difícil, que un hombre me venga por aquí preguntando tamaña cosa. Veo que le gustan los quesos, y solo le puedo decir que el mejor sitio donde los puede encontrar es en la quesería “Izquierda viene de Euskadi” -¿bonito nombre eh? Ahí hay de todo, créame usted. Pero, si lamentablemente es extranjero, me temo que usted solo, se pierde para llegar. Que míreme, estas calles son una encrucijada si no se las conoce bien.
- Si eso me dice, me temo que será difícil llegar. Y yo, digo aquí presente, que no me voy de Euskadi –si señor, no soy de esta tierra verde, soy de más al sur; Andalucía- sin un buen queso en la mano… O más, que la mochila que llevo a la espalda no está muy cargada.
- Señor, me ha caído bien. Poca gente se viene solo a esta tierra por queso. Yo, quiero irme a Canarias a comerme un buen queso de cabra. ¿Y sabe que le digo? Que a estas señoras las conozco de toda la vida, y no me dirán nada por cerrar diez minutos antes. Así que, cojo la puerta y nos vamos, ¿le parece? ¡Qué yo no estoy para más tute!

Y así fue. Palabra por palabra. Sr. Curial, nunca había hecho un amigo tan fácilmente. Me dirigió por las calles de Bilbao. Pero créame mi buen amigo, a Gorka, se le olvidó un pequeño detalle en la charla. ¿Por qué caminar por las calles de Bilbao? Pues se lo diré yo mismo; para salir de esta ciudad. La quesería de la que me hablaba… ¡Estaba a cincuenta kilómetros de la ciudad! Dios mío, le prometo que cuando me lo dijo, me quedé estupefacto. Resultó ser, que el buen hombre me llevaba a la quesería de su hermano, y al verme con una cara tan convincente, se dijo; “Este se apunta a un bombardeo”.

Eso sí, me fui del Pais Vasco, con veinte quesos bajo el brazo. Me tuve que comprar una maleta solo pa’ ellos. En Andalucía devoré como un loco, con una persona más; mi fiel amigo Gorka. En este viaje, decidimos, que recorreríamos el mundo como dos grandes idiotas, en busca de los mejores quesos. El siguiente destino; Fuerteventura.

Y aquí tiene Señor mío, la historia de dos idiotas contada por uno de ellos.”

Ana Mateos

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