Destinatario: Curial Buñuel Moliné, C/Mayor, nº51, 3ºC, Barcelona, España
“Sentado en el balcón, observando la lumbre del horizonte y las dunas de las playas de Fuerteventura, con mi quesito, mi güisquito y mi buen cigarrito; me propongo contarle mis nuevas con mi amigo Gorka. Ya sabe usted, mi señor, que conocí a Gorka en ese país pa’ ya pa’l norte. Sí, sí, el País Vasco. Lo conocí en una situación un tanto comprometida, con toas’ esas señoras rechonchas con faldas de un lao’ pa’ otro. Sabe también, que prometimos en esa carta que le mandé, recorrernos el mundo en busca de quesos de todos los sabores. Y el primer destino; rumbo a Fuerteventura. Dicen, que en esta isla ida de la mano de Dios, hay un queso exquisito llamado “Queso Majorero”. Como usted comprenderá, mi señor, no teníamos intenciones de morirnos sin haber probado este manjar digno de los propios dioses. Así que, cogimos el primer avión que se nos presentó delante, y ale, rumbo pa’ Fuerteventura. Pues, desde que hemos llegado a esta isla llena de sol, dunas, arena, palmeras, y un sinfín de cosas más, llevamos una vida de hippies, hartándonos a comilonas gastronómicas catando quesos en todos los restaurantes que podamos. Nos tiene que ver buen hombre. Yo, con mi acento andaluz, mi barba de peregrino y una sonrisa de oreja a oreja; y Gorka, con ese acento que tiene del norte y ese barrigón de hombre que demuestra que ha comío’ mucho en su vida. Pobre hombre, no sabe usted lo que ha sufrío’ en este viaje. Dios mío, sin salir una vida entera de su tierra, -tierra fría, llena de verde y mucha vaca-, se va justamente al sitio donde hace más calor, donde solo hay unas pequeñas hierbas y to’ son cabras.
Dejando a un lado el sufrimiento que puede haberle acarreado este bochorno inaguantable a mi querido Gorka, he de decirle que hemos conocido a gente muy simpática, ciertamente. Dejando a un lado lo bien que lo pasamos en las playas, con nuestras gafas y aletas, nuestros bañadores y nuestro buen humor; le contaré cómo sufrimos por llegar a un pueblito ido de la mano de Dios, donde sólo había un bar, un museo sobre molinos y… ¿adivina usted? ¡La tienda donde vendían los mejores quesos de toda la isla!
Nos hospedamos en el Puerto del Rosario, un sitio con olor a pescado y donde la brisa marina te estampa en la cara cada vez que sales a la calle. Llegamos al hotel a altas horas de la madrugada, así que fue llegar y ponernos a dormir como locos. Nada más despertarnos, las barrigas nos pedían comida, con lo que fuimos corriendo a desayunar. Le juro por mi madre, Sr. Curial, que nunca en mi vida había visto desayuno más asqueroso. Lo único que tenían eran unos pocos cereales, alguna galleta María, pan y cafés aguados. Ni queso, ni tostadas, ni salchichas, ni huevos fritos, ¡ni siquiera un mísero dulce! Gorka y yo nos irritamos indudablemente, no entraba en nuestros planes morirnos de hambre nada más empezar el primer día. El desayuno es lo más importante, compréndalo. Con lo que fuimos directos a hablar con el encargado de la cocina. Y así entré yo con estas buenas palabras en la cocina:
- Perdónenme mis señores, ¿pero alguno sería capaz de mostrarnos al encargado de todo esto?
- Buenos días caballeros – dijo una firme voz de mujer detrás nuestra.
Ambos nos giramos casi a la misma vez y contemplamos a una mujer de pelo alborotado vestida con traje de chef.
- ¿Pueden decirme qué quieren? – preguntó la mujer con aire de superioridad.
Gorka se me adelantó y contestó.
- Buena mujer, estamos aquí protestando, por el simple hecho de que pensamos que la comida servida en el desayuno es muy escueta. Para nada es lo que pensábamos que…
- Chacho, a mí no me vengan a decir eso –interrumpió la mujer-. Son las doce de la mañana y se nos ha acabado casi todo lo que pusimos desde las siete. Cerramos el desayuno a las doce y media por los más rezagados como ustedes. Si llegan tarde no es problema del hotel. ¡Aquí se come pronto si se quiere pescar algo! ¿Entienden?
- Perdón, perdón… Pero tenemos hambre y el hotel dijo que pagaba el...
- Déjense de pamplinas. Adiós. Ale, ahora hay que cocinar el almuerzo y no tenemos mucho tiempo, porque los guiris tienen esa magnífica costumbre de comer lo más pronto posible.
Y así sin más, la mujer nos dejó con la boca abierta y como unos niños chicos cogimos la puerta y nos fuimos con el rabo entre las piernas al Café de Chona y Chano, justo al lado del hotel. Nada más entrar, nos sentamos en la barra, y así le dije al camarero:
- Oiga, nos acaban de echar del desayuno del propio hotel por dormilones, es nuestro primer día aquí, tenemos hambre y le diré también una cosa: hemos venido a Fuerteventura a por queso. Así que, o nos pone delante algo o…
- Vale, vale. Cálmese, cálmese. ¿Qué tipo de queso quieren?
- Hemos oído hablar del queso majorero, que dicen que es de lo mejorcito por aquí.
- Eso que ha oído es bien cierto, pero le recomiendo a usted y a su amigo, que si de verdad tienen tantas ganas de comer queso, les aseguro que no van a encontrar mejor sitio que Tiscamanita, un pueblo que se encuentra un poco lejos, pero posiblemente tiene lo mejor.
Cuando nos contó ésto, nos dejó con mucha curiosidad, así que intentamos pillar medios para llegar a este maravilloso pueblo. Cuando oímos como podíamos llegar al pueblo, nos cansamos solo de oírlo, créame. Desde el Puerto del Rosario no iba ningún autobús en línea directa, con lo que debíamos coger uno que nos llevara a no sé qué sitio, para una vez allí, coger otro que nos llevara a Tiscamanita. Resumiendo, eran dos horas, sin contar lo que había que caminar para llegar a la tienda, que estaba en la montaña rodeada de cabras.
Señor Curial, tiene que comer un buen queso de cabra. No se preocupe, como verá le mandó uno -de los quince que compramos- con esta carta y así podrá fardar con sus amigos catalanes, de haber degustado uno de los más exquisitos manjares de esta tierra. Además, ya decirle que entre Gorka y yo, hemos hablado que ya que tenemos mucho dinero entre los dos, podemos irnos más y más lejos. Ya sabe las historias sobre el queso argentino, ¿no? Pero como sean en la Argentina tan idiotas como en las telenovelas de la tres, me lo pensaré mejor. Besos a su mujer. Cuídense mucho. Y no olviden comer mucho.”
Ana Mateos
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